Porque hablar solo
- CAC 2020
- 7 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 may 2020
Juan Diego Munar Zambrano
Email: juan.munar@urosario.edu.co
Estaba caminando hacia mi casa. Mi cabeza, que es bastante distraída, estaba atiborrada de pensamientos. Es algo normal cuando voy solo por la acera. Cuando tengo esa indigestión mental, por lo regular, mi mente quiere sacar una idea. Es curioso que creemos tener varias ideas al mismo tiempo, pero en realidad el cuerpo desea extraer de sí un solo concepto. Posiblemente, esta sea importante como una tarea, un recuerdo difuso o el nombre de un amigo. Tengo un método de rastreo para esa idea meditabunda. Cuando deseo invocar devuelta ese concepto, emprendo el camino de hablar solo. Es inusual, sí, pero efectivo.
Este antídoto lo llevo cargando en mi maleta mucho tiempo atrás. Al escribir este ensayo, hice la respectiva tarea de preguntarme cuándo fue mi primera vez haciendo esta acción tan particular para el ojo público. Cuando digo particular, me refiero a extraño. Ya voy ocho años dialogando con la nada. Una unión bastante fraternal que me ha llevado a diversas críticas en mi entorno social. Algo que he podido percibir de la regla de la mayoría es el constante poder coercitivo que tiene. La gente me mira extraño, como si tuviera una gran protuberancia en mi cara o como si estuviera haciendo algún acto fuera de la ley. Esos ojos constantes, bajo mis hombros, me han dado una abundante experiencia empírica donde busco la mejor manera de hablar solo, tanto en la vida privada como en la social. Dicha experiencia, generada aleatoriamente, me ha dado una serie de métodos para hacerlo con naturalidad.
Diría mentiras si les dijera que estos consejos -si los podemos llamar así- evitarán las acusaciones impertinentes, ya que estás sugerencias lo último que desean transmitir es algo común y normal. Discutir conmigo mismo es recíproco al ingerir un vaso de agua tras una larga caminata bajo el apabullante sol. Es dolorosa puesto que, como al momento de emprender el viaje verbal, la garganta está seca, olvidada, deseosa por esa gota de agua. Esa necesidad física básica tiende a separarse en tres sabores diferentes. Cada una, creería yo, más singular que otra. Cuando dividí dicha necesidad en tres, recordé una clase que tuve el semestre pasado. Se trataba sobre las nueve musas griegas. Estas diosas, además de ser hijas de Zeus, son las diosas de la técnica y de los conocimientos. Cada una de ellas, desempeñaba un papel diferente para Zeus. En mi caso personal, siento que al momento de hablar solo nombro a Melpómene, musa de las tragedias, Clío, musa de la historia y a Talía, musa de las comedias.
Al momento de hablar solo, criticó y formó mi actual forma de pensar y actuar. Esto es como un intento de llegar a ser un hombre prudente. No obstante, esto también puede llevar a una sobreafirmación, que es peligrosa, ya que no tienes a nadie que pueda contrastar tus ideas. Tengo que mencionar esto, porque todos tenemos un amigo o amiga que cree que descubrió el agua tibia, el típico sabelotodo. Pero, si aplicamos con eficiencia a las musas, solo tal vez, podríamos llegar dialogar sin el temor a caer en una sobreafirmación.
Para mí, las musas son otra forma de poder representar las ideas que pasan por mi mente. Cualquiera puede pensar, pero no todo el mundo puede nombrar su forma de reflexionar. Por lo general, cuando desea llegar a una conclusión se quiere llegar a un orden. En la actualidad, se desea el orden, hasta en nuestra forma de pensar se quiere un orden. Nassim Nicholas Taleb escribió un libro llamado Antifragil. En él, Taleb explica su concepto de la antifragilidad, donde un sistema antifragil, como el tiempo, se alimenta de el desorden y el caos. Hay un pedazo del libro donde él menciona a la familia del desorden. Cuando un sistema se vuelve o es antifrágil, se convierte en algo difícil de quebrantar y de desfigurar. Creo firmemente que el hablar solo te vuelve una persona antifragil, o, por lo menos, vuelve las ideas anti frágiles. Explicaré mi postura con el ejemplo Monfils (jugador de tenis francés). Se cree que el tenis se basa de consistencia física y mental. Pero, la verdad es que, la mente juega un papel más importante tanto en la cancha como en la vida del tenista. El tenista está solo, no tiene a nadie con quien liberar su frustración. Se necesitan grandes dotes para controlar la mente como lo hace el tenista profesional. Además de eso, se necesita un plan de juego. Pero lo interesante de Monfils es que él no tiene un plan de juego alguno. Tampoco, juega un tenis común y ordinario. Monfils tiene la capacidad de hacer parte de la familia del desorden, su juego imprevisible lo vuelve un jugador tenaz. Deja de lado lo preplaneado y acoge la aleatoriedad para volver su juego imposible de leer.
Pero, ¿por qué nombré a Monfils? La razón radica en que, al momento de hablar solos, hacemos un acto tanto Talebsiano como Monfilsiano. El diálogo no tiene ningún orden alguno. No nos ponemos a pensar en cómo vamos a hablar, a menos que no estés seguro de lo que vas a decir. Pero, el hablar solo no nos da esa preocupación de los ojos bajo los hombros. Estamos solos. Nadie nos puede juzgar, a excepción de nuestras Musas. Podemos generar una idea con libertad y en el desorden que deseemos. Lo bello de hablar solo es su aleatoriedad intrínseca. Nos permite volver una idea de frágil a robusto y de robusto a antifragil. Es por eso que meto las manos al fuego en esto de hablar solo. No importa los efectos secundarios que genere. Al final, y a un largo plazo, generará una persona sin miedo a pensar y sin temor a crear sus propias ideas. Al fin de cuentas, el viaje verbal es el camino a una mente que tiene el valor de servirse de su propia razón, y entendimiento, sin miedo a la presión social.
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Munar, J. (2020). Porque hablar solo. Recuperado de https://calendarioambienta.wixsite.com/website/post/porque-hablar-solo
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